La “Colonia España”
(núcleo urbano situado en el vértice noroeste del término municipal de
Galapagar) está surcada, aproximadamente de norte a sur, por la Cañada Real
Segoviana. Esta vía pecuaria es una de las principales de la trashumancia y que goza de la máxima
protección posible desde los tiempos de Alfonso X el sabio, gracias a los
privilegios que este dio al Consejo de la Mesta para favorecer el traslado del
ganado desde los pastos de invierno a los de verano y viceversa. Por tanto, no cabe duda que confiere al lugar una importancia
histórica, cultural y natural.
Hablar de su
importancia natural es hablar de la fauna y flora que encierra. Pero,
centrémonos en la flora, es decir, en el conjunto de especies arbóreas,
arbustivas y herbáceas que se asientan en las tierras comprendidas por esa
franja de terreno que divide en dos ese lugar tranquilo, y a la vez agitado,
que es la Colonia España.
Fresnos (Fraxinus
angustifolia), álamos blancos (Populus alba), álamos negros (Populus
nigra), ailantos o árboles del cielo (Ailanthus altísima), encinas (Quercus
ilex),quejigos (Quercus faginea), olmos (Ulmus minor),
pinos resineros (Pinus pinaster), pinos piñoneros (Pinus pinea), almendros
(Prunus dulcis), acebuche (olea europaea var. Sylvestris) y
catalpas (Catalpa bignoioides) constituyen el estrato arbóreo de esta
zona. Sin descuidar un pimpollo, ejemplar muy joven, de cedro (Cedrus sp.).
En cuanto a los
fresnos, se erigen como gruesas columnas imponentes, formando casi un pequeño
bosquete, en semigalería - en compañía de encinas y plátanos (Platanus
hispánica)- a la altura del cruce con la calle Málaga. Si bien, se observan
ejemplares jóvenes, producto de la germinación de las semillas aladas de sus
grandes progenitores, que, desplazadas por el viento, aterrizan, y echan raíz
en la tierra para suceder a los árboles padre, que las originaron. Ahora, en
otoño, les vemos desvestirse, paulatinamente, de la hermosa fronda que lucen en
primavera y verano.
Los álamos blancos
y negros, también llamados chopos, crecen rápidamente y llegan a alcanzar
alturas imponentes. Una pequeña chopera, de álamo negro, puede observarse junto
a la iglesia, bien es cierto que en proceso de degradación. También se pueden
ver algunos chopos blancos adultos. Además, se observan ejemplares jóvenes, en
algún caso brotres de raíz, dispersos por algún punto de la cañada.
Los ailantos, o
árboles del cielo, también crecen de forma rápida, de ahí su nombre. Se
extienden con facilidad, conquistando zonas carentes de vegetación. Sus copas
desarrolladas de adultos, a la vez que hermosas (se le usa como especie
ornamental en muchos jardines) pueden proporcionar, si se les deja crecer,
sombra a los viandantes.
Al menos, se han
localizado tres grandes ejemplares de encina, de varios cientos de años,
conviviendo con los hermosos fresnos. No es coincidencia este hecho, ya que, lo
que está revelando en realidad, es que se trata de un “pedacito” de bosque
originario, que hasta hoy se ha respetado. De aquí nace la certeza que la
Colonia España fue antes un monte de encinas y fresnos, con un cortejo de
especies acompañantes, tanto arbóreas como arbustivas, de matorral y herbáceas.
Por otra parte, el quejigo, del cual se han visto al menos dos ejemplares jóvenes
(en este caso plantados, no espontáneos), también forma parte del bosque
mediterráneo original.
De forma casi
anecdótica se ha divisado algún joven ejemplar de olmo. Además, se plantaron
algunos pinos resineros a la altura del cruce con la calle Saltos del Sil. Y se
repoblaron con pino piñonero las zonas aledañas a la Ermita de El Cerrillo (construida en 1447 gracias a una
donación de 1000 maravedíes realizada por el Marqués de Santillana).
Rosal silvestre (Rosa
sp.), zarzamora (Rubus ulmifolius), retama (Cytisus multiflorus),
romero (Rosmarinus officinalis), tomillo (Thymus vulgaris),
endrino (Prunus spinosa) , aulaga (Genista scorpius) e
incluso un ejemplar joven de vid (Vitis vinifera), conformarían el
estrato de matorral y arbustivo, todos ellos constituyentes del cortejo
acompañante de las especies arbóreas antes citadas, propias del bosque
mediterráneo. A la zarzamora, esta especie conquistadora de espacios, de la
familia de las rosas (Rosaceae), se la puede ver, desde los bordes del
camino hasta escalando por una torre de la luz. Los anecdóticos ejemplares
divisados de retama y de rosa silvestre
nos hacen de nuevo recrear el bosque originario en el que vivían, acompañando a
las encinas y los fresnos. En cuanto al ejemplar de vid hallado, no nos cabe
otro remedio que dejar desplegar las alas de la imaginación, y ver cómo tal vez
un ave atrapó una de las uvas de la parra de un ciudadano, la engullió y dejó
como resto la semilla al borde del camino, de la cual brotó este ejemplar de
parra para nuestro deleite.
Por último,
destacar una gran variedad de especies herbáceas, entre las cuales se incluyen
las pertencientes a la gran familia de las compuestas (Compositae),
entre cuyos miembros se encuentran las margaritas (Bellis perennis), que
adornan esplendorosamente con sus flores la cañada en primavera. Además de las
gramíneas (Poaceae) y las leguminosas (Leguminosae), auténtica
fuente energética pascícola para el ganado que recorría la cañada.
Se hace difícil, y ciertamente duro, imaginar esta vía pecuaria sin esa diversidad
de vegetación, que sostiene a su vez a una interesante y variada diversidad de
especies de fauna. Paralelamente, se hace necesario dar gracias a la Naturaleza
por hacernos tan agradables los paseos por esos pasos, otrora de ganado
trashumante. De este hecho brota otra necesidad muy elevada: la de conocer,
respetar, cuidar, amar y defender este legado de incalculable valor.
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